Testimonio de una voluntaria de La Cana

Daniela Ancira, April 27, 2020

Testimonio de una voluntaria de La Cana

Nací Culpable

A 40 minutos de la Ciudad de México se encuentra la prisión de Ecatepec con aproximadamente 2 mil personas privadas de la libertad; 288 son mujeres.

10 Marzo 2020

El polvo marrón producido por la aridez del territorio se adueña del camino mientras nos dirigimos hacia allá. El paisaje parece pintado con ese tono sepia que utilizan en las películas que suceden en la frontera Mexicana.

Estos territorios marginados son tierras infértiles para la agricultura y los recursos básicos, pero su proximidad a una de las ciudades más pobladas del mundo, los convierten en una opción económica para quienes no pueden pagar los costos de la vida urbana.

La esterilidad de las condiciones en tales lugares podría volver loco a cualquiera pero no sin antes matarlo de hambre. Las oportunidades que tienen los habitantes de este tipo de Municipios para ganarse la vida son limitadas y casi siempre están vinculadas a la violencia y al crimen.

¿Realmente nacemos libres o algunos de nosotros nacemos culpables?

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Afuera de las altas paredes de la prisión de Ecatepec, una fila de aproximadamente 50 personas espera su turno para entrar. Sostienen bolsas y Tuppers de colores con comida casera para sus familiares que están adentro.

"La Cana!" - grita el guardia a cargo, mientras nos da la señal para entrar.

Tanto los guardias de seguridad, como los visitantes nos miran con ojos de sospecha, ya que el equipo fotográfico que llevamos parece no pertenecer en un lugar al que nadie quiere mirar.

En el primer punto de control de seguridad dejamos todas nuestras pertenencias personales. No pueden pasar billeteras, teléfonos celulares o identificaciones. Uno deja en esa puerta todas las herramientas que usamos para no ser únicamente un número en el archivo a merced del sistema. Este es el preámbulo a un mundo que algunos nunca abandonarán.

No estoy segura de qué esperar. Es mediodía y el sol golpea con fuerza desde arriba. Hay pocos rincones con sombra así que representan todo un lujo en ese momento.

"Buenos días" - dice una de las internas con una hermosa sonrisa en la cara.

"Buenos días" - todos respondemos al unísono con un tono de sorpresa.

Todas parecen ser muy amables y estar dispuestas a ayudar. Supongo que simplemente aprecian el hecho de poder ver caras nuevas.

A mi izquierda, unas 20 mujeres están tomando una clase de aeróbicos con su ropa deportiva azul. Parece ser su mejor parte del día. Me pregunto de dónde han sacado sus sudaderas con estampados caseros con el logo de Adidas. Aparentemente, ni siquiera sus uniformes son gratuitos en este lugar, pero lo más alarmante de todo es que los que más alto pagan son los bebés que nacen aquí.

Hoy en día más de 800 bebés viven en las cárceles de México debido principalmente a que durante los años en reclusión, las internas pueden recibir visitas maritales. La contracción de algunos de estos matrimonios sucede después de entrar a prisión. En otros casos, las acusadas estaban ya embarazadas antes de entrar. Desafortunadamente el resto de los embarazos son resultado de corrupción o abuso de poder por los cuales se permiten los encuentros con otros internos o con guardias.

Estos bebés nacen en condiciones precarias y permanecen con sus madres hasta los 3 años de edad, compartiendo una cama de .60 cm, a veces, hasta con dos mujeres adultas, debido a que no hay espacio suficiente para tanta gente. Después de esto, los niños abandonan la cárcel para ser entregados a algún familiar o en el peor de los casos al DIF.

- "Por aquí chicos" - dice Andrea, una de las colaboradoras de La Cana, mostrándonos el camino.

Al atravesar el patio, suena de fondo música banda y unas 30 mujeres están sentadas en el piso o sobre cubetas lavando su ropa. Pantalones y sudaderas azul celeste cuelgan de una pared a otra mientras se secan al sol. Me pregunto cómo saben qué artículo le pertenece a cada quién.

Desde el exterior se ven papeles pegados a los cristales del edificio. Me imagino que son fotografías familiares y que aquellas que tienen acceso a la ventana que mira al patio, son las que pagan la renta más cara por su litera.

El intenso reflejo del sol en el pavimento seca nuestros ojos, por lo que sentimos alivio cuando finalmente ingresamos al edificio. A medida que nuestras pupilas se adaptan a un espacio contrastablemente oscuro y frío, una intensa mezcla de aromas llena el aire. Varias mujeres han conectado pequeñas parrillas eléctricas para calentar y cocinar sus alimentos en las escaleras, en el piso o donde haya un enchufe. Esto sucede mientras un grupo cristiano lee la Biblia en voz alta en una de las esquinas de lo que funciona como comedor, cocina, espacio de lectura, guardería y punto de reunión social.

Para las 288 internas, sólo hay 3 habitaciones destinadas a actividades donde pueden poner sus mentes y manos a trabajar.

Una de ellas está destinada para hacer artesanías con fomi, la segunda es para talleres generales y la última funciona como un taller de tejido y bordado. Aquí es donde participa La Cana. Las mujeres que deciden ser parte de este taller tienen la oportunidad de aprender técnicas y utilizar materiales gratuitos para el desarrollo de productos que se venden en todo el país con el único propósito de darles un ingreso para ayudarse a sí mismas y a sus familias mientras están privadas de la libertad. Con el apoyo de La Cana, ellas pueden conservar su trabajo y así seguir ganando dinero limpio una vez que estén fuera de la cárcel, gracias al programa de seguimiento.

El taller de tejido y bordado tiene alrededor de 4 máquinas, 6 mesas y está lleno de hermosas muñecas, cubrecamas y vestidos hechos por ellas con estas técnicas.

Las 10 mujeres que tienen bebés en esta prisión, escuchan que hemos venido a colaborar en un proyecto con ellas, se acercan a nosotros sigilosamente.

Chio es la primera en unirse a nosotros. Sosteniendo en sus brazos a un bebé de pelos necios con sólo 7 semanas de nacido, voltea a verme y me dice - "se llama Jonathan”. Los párpados del bebé luchan mientras permiten que la luz eléctrica entre a través de sus ojitos que apenas van despertando.

Una trenza francesa muy larga y una piel pecosa algo envejecida enmarcan el rostro de Chio y delatan una edad aproximada a los cuarenta. Sus ojos tristes me cuentan una historia de abuso y negligencia, pero su boca no dice nada. Sólo sonríe intimidada y me permite cargar al bebé.

“Queremos darte una voz y tal vez a través de tu historia ayudar a tu hijo a obtener mejores condiciones para su desarrollo. ¿Te gustaría participar? Tomaremos tu foto. ”- Le digo.

¿Una foto de mí?" Ella pregunta sorprendida

Estoy fea y no me han tomado una foto en mucho tiempo", dice temerosa mientras relame su pelo con la mano. Cuando ve a otra madre posando para la cámara, decide ser la próxima.

Fotografiamos a 7 mujeres con sus bebés y durante el proceso ví cómo se ablandaba la dura coraza de un relato que se ha contado mil veces y aún así ha quedado empolvado porque nadie lo ha escuchado realmente. Ese relato habla de una sociedad marginal de la que somos participes y víctimas a la vez, pero sólo en la medida en la que lo ignoremos.

Espero que por medio de estas fotografías y de estas historias esa dura realidad pueda ser encarada, reconocida y transformada para que nunca más un niño deba vivir una infancia sin saber lo que es una ventana. Abramos los ojos y el corazón. Integremos a estas mujeres y niños dándoles una mano para poder tejer y crear su futuro. El futuro de todos.

- Chío y el pequeño Jonathan -

- Chío y el pequeño Jonathan -